Cientos de bombillas centellaban y adornaban su casa como cucubanos de luz incandescente, en ese 6 de enero del año 2004, día de reyes, celebración tradicional que reúne a toda la familia puertorriqueña. Allá en las alturas de las montañas de Cayey, poseedoras de ríos caudalosos, marcados como cicatrices en las manos de un jíbaro; al paso de veredas y paisajes de mágico esplendor y en medio de  una noche serena y clara,   sin oscuridad que impidiera destino ya trazado, Juan David, un joven de 17 años de edad, de estatura mediana, cabello de color castaño, de tez clara quemada por los  diáfanos rayos del sol caribeño, huérfano de madre, y de la clase media, se encontraba con su familia y amigos en su vieja casa de campo. En momentos que invitaban a Juan David a jugar dominó, su amigo Marcos le pedía que ambos acudieran a un lugar solitario pues quería hacerle una confesión.

Marcos sabia que si confesaba a su amigo su sentimiento, el cual cada minuto de su corta vida al mantenerlo en secreto le atormentaba, su amor fehaciente podría ser rechazado y descubierto ante todos. Pero esa necesidad latente y desesperante en su corazón le daría el valor suficiente para hacerlo. Vivía enamorado de Juan David desde que le conoció en cuarto grado en aquel pequeño salón de clases, donde minutos antes de sonar el timbre, un par de chicos le habían quitado los únicos 50 centavos que tenía. Juan David al mirar a Marcos entristecido, le miró fijamente a los ojos mientras le ayudaba a ponerse de pies, le hizo mención de una frase que su padre siempre le decía: “los grandes, solo son grandes cuando los vemos de rodillas”. Serían desde entonces grandes amigos.

Las estrellas de un cielo totalmente despejado de esa noche especial, mística y tradicional le darían una grata sorpresa, mas a su vez, un acontecimiento no esperado.  Se confesaron su amor, pero en momentos que la pasión se apoderaba del momento fueron descubiertos besándose por Julio, el hermano mayor de Juan David.

Luego de ese momento incomodo, todo transcurrió normal.  Al terminar la reunión familiar ha de comenzar el tormento de Juan David, nada volverá a ser igual nunca más. Desde ahora adelante tendrá que escoger entre su libertad o el tormento de ocultar la realidad de su orientación sexual.  Su armario se irá estrechando cada día más y más, encerrándose en agobiante oscuridad, ante los chantajes y las humillaciones que enfrentará por parte de su propio hermano, Julio.

Pero esa noche durmió pensándole más que nunca, a Marcos. Antes le soñaba, y pensaba como sería su vida si sus sueños fuesen reales. Poder abrazarle, besarle y amarle. Ahora todo ello era posible. Se tocaba los labios, aun sentía ese primer beso de su amado, beso que daría un gran giro a su felicidad.  Sus ojos que miraban al techo de su cuarto, como si no hubiese allí concreto y pudiera ver las estrellas de un cielo totalmente despejado, denotaban la inmensa ilusión en su corazón.  – ¿será cierto? – se preguntaba.

Habrán de vivir su amor, pero serán separados por la incomprensión del padre de Marcos, Eduardo, quien ante una fuerte amenaza, logra que Marcos se marche a estudiar a España. Pero el destino los hará reencontrase en Madrid, donde su amor una vez más será puesto a prueba.  ¿Lograrán amarse, en contra de sus familias, una sociedad cortante y sus propios temores?